Me vais a permitir que por un momento me desligue de los temas tecnológicos y musicales del blog y me vaya por las ramas. No en vano para eso se creó la categoría «Zapateces varias». Una especie de cajón de sastre donde cabe todo lo que no se puede incluir en el resto de apartados y que apenas se usa si no es que se trate de algún tema de especial relevancia.
El domingo pasado me tocó cumplir con uno de los deberes al que todo ciudadano está obligado cuando le toca. Ser miembro de una mesa electoral. Allí he descubierto cómo de cuando en cuando nuestro país nos deja esas escenas que más parecen de la era de los cavernícolas que las de un país inmerso en pleno siglo XXI donde las telecos y la información son un punto estratégico para el desarrollo de nuestra sociedad.
El proceso de membresía en una mesa electoral es sencillo a primera vista. Llegas, apuntas los votos, recuentas y te largas. Desgraciadamente un proceso que debería ser simple se complica de manera esperpéntica hasta el punto de llegar al desquicio mental por culpa de la burocracia, los métodos y el factor humano. Sobretodo por el factor humano…
A las ocho en punto sin falta te has de presentar en el colegio electoral de turno para que los coordinadores electorales (si los hay) pasen revista. Los más listos no van y han de ser substituidos por los suplentes. Estos se las prometen muy felices pensando que sólo han de enseñar su cara y volver a casa. La mayoría lo hacen pero unos cuantos pringan por los que no han venido.
Se supone que cuando asistes a una mesa te has leído el manual de instrucciones que te han enviado para que tengas una idea de lo que te espera. Pero sinceramente, es un coñazo y no sirve de mucho ya que te lo explica como si vivieras en un mundo ideal. Luego la realidad te sacude una buena bofetada y has de improvisar pero siempre cumpliendo la ley.
Pues bien, una vez llegas a la mesa que te corresponde te encuentras con un montón de sobres, documentación y más documentación. Por duplicado, por triplicado… La sola visión de tal montaña de papel empieza a devolverte a la realidad. Actas, copias de actas, recibos, listas, justificantes, sellos, sobres para correos y un sinfín de papeles varios que abrumaría al más curtido.
No tienes tiempo de pensar mucho porque entre que estás atontolinado por el madrugón de domingo, por la avalancha de papeles y por los interventores que empiezan a presentarse y achucharte para que se constituya la mesa ya es casi la hora de empezar las votaciones y no has tenido tiempo para mirarte todos esos papeles y organizarte bien.
Cuando comienzan las votaciones estás aún medio aturdido y tu cuerpo aún no se ha acostumbrado a los nervios mezclados con sueño. Es muy fácil equivocarse sobretodo cuando has de hacerlo todo manuscrito. Buscar al votante en el censo, apuntar su número de orden de votante, número de orden en el censo, nombre y apellidos y si vota a congreso y senado o sólo alguno de ellos. Al principio del día aún te concentras pero llega un momento en el que la mente se fatiga, la concentración baja, empiezan a salir votantes de la nada formando largas colas y los errores se cometen.
La hora punta en estas últimas elecciones ha sido entre las once y las dos. La alta participación llega a agobiarte porque vas como una máquina preocupado al ver las colas. No piensas; solo reaccionas. Lo único que tienes en la cabeza es que hace una hora que te estás meando y no puedes abandonar a tus compañeros de mesa ni un segundo por el alud de votantes.
A mitad de jornada estás completamente agotado pero lo peor aún está por venir. Cambias de funciones con tu compañero para despejar un poco la mente pero eso también propicia que el error humano aparezca de nuevo puesto que has de adaptarte a la nueva función. Ves las mesas de al lado y todas están igual.
Cuando llega la hora de comer por fin la cosa baja y puedes ir al baño. Te preguntas cómo va la cosa; si han pensado en algo de catering. De nuevo la bofetada… ni una mísera botella de agua para hidratarse. Se acuerdan hacer turnos de una hora (qué menos para reponerse). Lo cual significa que siendo las dos y media te toca comer a las cuatro y media. Por suerte estás a un paso de casa. Los que se quedan les toca de nuevo cambio de funciones para cubrir al que descansa. De nuevo el fantasma del error planea…
A pesar de que por la tarde es más sosegado, siguen viniendo bastantes votantes. A partir de las seis y media vuelve a ser hora punta y a haber colas. De nuevo nervios, prisas, sudores… Cuando se acercan las ocho estás contando los segundos para cerrar el chiringuito. ¡Pobre de ti! Es ahora cuando comienza la verdadera pesadilla.
Después de doce horas de actividad frenética estás completamente molido. Te duele la espalda, la cabeza embotada, nervioso y cansado a la vez. Pero no te puedes dormir en los laureles porque los interventores ya están acosando. Hay que levantar más actas, hacer duplicados para los interventores y empezar el recuento, votos por correo, etc. Miramos atrás y vemos las tres urnas repletas de votos que nos esperan. En total más de mil papeletas entre congreso y senado.
Rápidamente se vacía la urna del congreso y se sacan los votos del sobre. El proceso se alarga durante una hora bien bien hasta que ves una auténtica montaña de sobres y papeletas. Es entonces que te das cuenta de que parece que estés en las elecciones de cualquier país tercermundista. Lo has hecho todo a mano, estás contando papeletas que se pegan entre sí o que se pueden caer al suelo con extrema facilidad, tienes cuarenta ojos mirándote por si se les ocurre que aún no estás lo suficientemente jodido y aún te queda el senado…
Ahora es cuando empiezan a emerger los errores. Saltos de números de orden, alguna cruz que se te ha despistado, etc. Con lo cual esa lista deja de ser fiable y cuadrar los votos con las listas es una quimera. Cuentas, recuentas y vuelves a recontar pero los votos no cuadran. Vuelves a repasar la lista de votantes uno a uno y a pesar de lo cansado que estás detectas los fallos. Además cada miembro tiene su teoría contable. Uno dice que hay que descontar tal y otro que sumar cual. Estamos hechos polvo y los números no salen. Finalmente logramos cuadrar el desaguisado.
Aprisa y corriendo porque los interventores empiezan a ponerse realmente pesados tienes que empezar a levantar actas de sesión, actas de escrutinio, actas de constitución y todo a mano y por varias copias porque cada partido quiere la suya. En este punto te importa ya todo una mierda. Son casi las diez y te quieres ir pero queda lo peor: el senado.
Si el congreso es como un cigarrillo apagándose en tu ojo, el senado es el mismísimo infierno. Hay dos urnas llenas porque los papeles son tan grandes que se han de doblar varias veces para que quepan en un sobre que ocupa un montón de espacio. Cuesta sacarlos de sobres pegados con babas de gente que no conoces y que vete a saber lo que están incubando.
Las papeletas del senado además, son gigantescas. No tienes espacio de clasificación y no solo eso. Como tienes que marcar casillas, los votos nulos y blancos crecen como la espuma. Mucha gente no tiene ni idea de lo que ha de hacer con estas papeletas. No sólo eso sino que varios van marcando al alimón casillas de uno y otro partido, con lo cual la clasificación de papeletas se dificulta.
La coordinadora electoral aparece entonces preocupada porque la PDA que usa para transmitir el escrutinio del congreso no le acepta los datos que hemos introducido en el acta. Un sudor frío recorre tu cuerpo. Lo examinamos y vemos que ha habido un error de interpretación en una de las casillas del acta que causaba un decalaje de un voto. Por un momento has visto cómo la tierra se abría a tus pies ante la idea de volver a iniciar el proceso del congreso.
Mientras tanto abres de nuevo sobres pegados con salivas ajenas, cansado, derrotado, crispado… piensas que si los votos del congreso han sido casi imposibles de cuadrar, los del senado correrán incluso peor suerte. Los interventores te miran como si fueras un hereje pero saben que tienes razón. Los calores del infierno se desatan.
Son casi las once. El suelo lleno de montañas de papel mezclado con montañas de documentación y copias sueltas de actas que no has tenido tiempo de apartar. Algunos interventores empiezan a mosquearse porque no tienen copias de alguna acta. Para ellos sólo importa SU documentación. La gente que está currando como una estúpida (esa gente de la que luego dicen que tanto se preocupan sus respectivos partidos) ahora mismo no vale una mierda. Solo quieren la documentación e irse cuanto antes como si los demás estuviéramos disfrutando de lo que hacemos.
Para ganar tiempo empiezas a contar las papeletas raras usando la plantilla suministrada (las papeletas raras son las que tienen casillas marcadas de diferentes partidos, menos de tres casillas o marcadas con partidos de nombres exóticos) en un intento de acelerar el proceso. Las prisas hacen que cuando estás en medio del recuento te des cuenta que estás usando la plantilla mal, ya que el que la ideó debía pensar que cada senador podría llegar a obtener más de trescientos votos y continuó poniendo casillas en la línea inferior cuando tú pensabas que la línea inferior correspondía a otro senador.
Los interventores deciden entonces que ya no aguantan más y se quieren ir a casa. Se apoyan con las manos encima de tu mesa con cara agria mirándote directamente y pidiendo la copia de las actas cuando ven perfectamente que se están rellenando en ese momento. Al final explotas y de tu boca empieza a salir la expresión «mosso d’esquadra» (policía autonómica catalana) al responderle. Gracias a eso consigues un poco de espacio vital.
El infierno empieza a enfriarse a eso de las once y media de la noche. Pero aún queda recopilar la información que hay que llevar a los juzgados y entregar un sobre con otra documentación al empleado de correos. Ya casi no sabes lo que estás metiendo en el sobre aunque relees el manual. A estas alturas no eres más que un amasijo de carne que actúa como un autómata. En tu cabeza ahora mismo sólo tienen cabida conceptos como comida, cama, descanso…
Pero ni siquiera entonces consigues librarte de las comidas de olla. A las doce menos diez cenas pensando en todo lo que ha pasado y cuando te metes en la cama te cuesta borrar de tu mente líneas de nombres y apellidos, papeletas por los suelos y la cara del inquisidor interventor amenazando con empezar el recuento por alguna discrepancia.
Nota aclaratoria
Quisiera dejar muy claro que a pesar de lo comentado sobre los interventores, los hay de todos los colores y doy fe que los hay muy muy buena gente, comprensivos con lo que sucede en el proceso electoral y que en todo momento se prestan para echarte una mano o resolver tus dudas siempre de buena fe. Casualmente los más repelentes suelen ser los de los partidos más repelentes a mi parecer.
Vaya, creo que no se ha publicado el comentario…
Decía que en un mundo perfecto (desde el punto de vista informático) el recuento se haría automáticamente y ‘el sistema’ no dejaría que hubiese votos erróneos. Pero tal y como lo hacemos ahora (no quiero pensar cómo será realmente en el tercer mundo), da la sensación de que el elegido es ‘cosa de todos’, aunque solo sea porque nos vemos todos los vecinos en el colegio.
Y además, míralo por el lado bueno: has podido salir de casa el domingo y hacer un montón de amiguitos, y no lo digo por los microorganismos salivares, sino por los interventores, jajaja
Saludos,